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El BIG BANG vocacional


14 Febrero 2023

Eres muy libre de creértelo o no, pero esto que estás leyendo es la homilía del funeral de mi padre, que descansó en el Señor, sin dolor y rodeado de todos sus hijos, tras una vida buena y larga (96 años cumplidos), el pasado cinco de agosto.

Y me pareció una muy buena ocasión para hablar del Big Bang. No del Big Bang del Universo; eso está en internet y lo podéis buscar en la Wikipedia. A mí me interesa más el Big Bang de la fe de mi casa, de mi familia. Es decir, el momento en que mi familia entera empezó a cambiar y, hoy ya no me cabe la menor duda, el instante en que mis padres pusieron la primera piedra de mi fe y mi vocación franciscana.

Entre los papeles que tenía mi padre en la mesilla de noche he encontrado la prueba y la fecha exacta: fue del 27 al 30 de mayo de 1965, en el Cursillo de Cristiandad nº 87 de la Diócesis de Albacete. Yo tenía 5 años y no me enteré de que primero hizo el Cursillo mi padre y luego mi madre. De lo que sí me enteré es de que, un buen día, en mi casa, antes de comer, se bendijo la mesa. Y, al terminar de comer, se le dieron las gracias a Dios. El BIG-BANG, la misma palabra lo dice: el comienzo de todo.

Una familia grande, de siete hermanos, un sueldo corto, de electricista de pueblo, pero siempre con un plato de comida caliente que se encargaba de guisar la Loles, mi madre. Bendiciendo a Dios por darnos ese alimento y dándole gracias al final por haberlo recibido. Una familia normal, una comida normal, pero siempre con Dios al principio y al final. La mejor herencia del mundo, palabrica del Niño Jesús. Antes de eso hubo genética, obviamente; vivencias, educación en la casa ayudando siempre los más mayores a los pequeños. Después la escuela, más vivencias, alguna que otra estrechez. Pero a partir de junio del 65, siempre los tres ingredientes básicos: familia, comida y Dios. Comida, Dios y familia. O Dios, familia y comida. Por eso, sin duda, soy lo que soy y soy como soy: un fraile franciscano a quien le encanta Dios, flipa con la familia y... come todos los días, que eso también cuenta.

Otro detalle más. Dentro de la “Guía del Peregrino”, muy rezada y sobada, todo hay que decirlo, conservaba mi padre una estampa que le regalaron cuando acabó el Cursillo. Tiene una frase de san Francisco de Sales que no está mal: «La Fe es un rayo de cielo que nos hace ver a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios». Pero la dedicatoria aún es mejor: «Juan, ya eres LUZ. Conéctala en la casa del vecino, para que él también vea». Mi padre, a Dios gracias, era un buen electricista. Por eso hizo las cosas bien: primero puso la LUZ en su casa, y conectó a su mujer y sus hijos a Cristo. Y una vez que vio que su familia ya alumbraba, se puso a comunicar esa luz a los vecinos.

De ahí que, cuando seis años después entró un fraile franciscano a la clase de quinto y pidió electricistas para conectar el mundo a Dios, yo levanté la mano el primero: esa lección me la habían enseñado ya en mi casa y me la sabía de memoria. Mi padre y mi madre nos enseñaron a los siete hermanicos a comer con Dios. Y desde entonces, oiga. Tan feliz. Calvo también, de acuerdo, pero feliz. Poniendo luz en la casa, como mi padre, y ayudando también a que esa luz llegue a la casa del vecino, que en cristiano se pronuncia "prójimo". Familia, Dios y comida: nunca falla. El Big Bang, ya te digo.

En mi caso y en mi casa, y gracias al señor Juan y a la señora Dolores, CREEMOS PORQUE MIS PADRES NOS QUISIERON, Y AMAMOS PORQUE ELLOS DOS NOS ENSEÑARON A COMER CON DIOS.

Pues Buen Provecho y Amén, que es lo que se dice en las comidas cristianas, en la mesa del Señor, que es la Eucaristía, y en la muerte de un cristiano sencillo, familiar y corriente como mi padre.

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